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“Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra”

“Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra”

Paulinas Colombia |

Hay presencias tan delicadas que no hacen ruido, pero transforman radicalmente la existencia. Así es el Espíritu Santo: invisible y, sin embargo, fundamento de toda vida en Dios. No se impone, pero actúa; no se deja atrapar, pero conduce; no busca protagonismo, pero es el alma de la Iglesia y del corazón creyente.

Este es un tiempo propicio para redescubrir al Divino Paráclito como alma de la Iglesia y maestro interior del corazón. Sin el Espíritu no hay vida interior que madure, ni comunidad que se edifique, ni misión que arda. Solo Él puede prender en nosotros el fuego del Evangelio y devolvernos la pasión por Cristo.

Al acercarnos a la solemnidad de Pentecostés, se nos abre un tiempo propicio para volver a descubrir al Divino Paráclito como quien ora en nosotros, nos ilumina por dentro, y nos forma con infinita paciencia a imagen del Hijo. Orar la Novena Bíblica y el Rosario al Espíritu Santo no es una devoción más: es una escuela de docilidad, una experiencia de renovación interior, un llamado a vivir “ya no según la carne, sino según el Espíritu” (cf. Rm 8,4).

El Espíritu que habita, habla y transforma

Desde el alba de la creación, “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gn 1,2). Fue Él quien suscitó a los profetas, quien descendió sobre María en la Anunciación (cf. Lc 1,35), quien ungió a Jesús en el Jordán (cf. Mt 3,16), y quien se derramó en Pentecostés sobre la naciente Iglesia, llenándola de fuego, palabra y audacia (cf. Hch 2,1-4).

Pero su acción no pertenece al pasado. El Espíritu sigue actuando en la Iglesia y en cada alma que lo invoca con fe. Es el alma de los sacramentos, el motor de toda conversión, el fuego que inflama las Escrituras y el viento que nos impulsa a la misión. Cada vez que oramos, perdonamos, discernimos o anunciamos a Cristo, es Él quien nos mueve desde dentro.

Decía san Pablo: “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’, sino por el Espíritu Santo” (1 Co 12,3). Por tanto, toda vida cristiana es esencialmente vida en el Espíritu. Él no solo nos da dones, sino que nos configura. No solo asiste, sino que transforma.

La oración al Espíritu: volver al cenáculo

Orar al Espíritu Santo es entrar en el cenáculo interior, donde María y los apóstoles perseveraban en la espera confiada. Es una oración que no busca emociones pasajeras, sino conversión verdadera; que no se contenta con lo exterior, sino que clama: “Ven, Espíritu Santo, y renueva mi vida desde sus raíces”.

La Novena Bíblica y el Rosario al Espíritu Santo nos ofrece una pedagogía espiritual concreta: meditar la Palabra, invocar con fe, y disponernos con humildad. No se trata de repetir fórmulas, sino de aprender el lenguaje del alma guiada por Dios. Cada día, una página de la Escritura; cada misterio, una súplica que brota del corazón: “Enciéndeme, guíame, purifícame, hazme nuevo”.

Esta oración no se encierra en lo privado: es también un acto eclesial y misionero. Una comunidad que ora al Espíritu, se convierte en cenáculo ardiente, en Iglesia viva, en semilla de Pentecostés para el mundo. Una comunidad que ora, discierne. Y una comunidad que discierne, evangeliza con parresía, con pasión, con libertad.

El Espíritu, maestro de la vida interior

Hoy más que nunca, en medio del ruido, la prisa y la fragmentación interior, el Espíritu nos llama a redescubrir el silencio fecundo, la escucha orante, la hondura de lo esencial. Nos enseña a vivir desde dentro, a mirar el mundo con los ojos de Cristo, a dejarnos configurar por el Evangelio.

Él es el verdadero formador del corazón: el que nos corrige sin herir, el que nos alienta en la prueba, el que nos vuelve a levantar cada vez que caemos. Nos ayuda a discernir lo que viene de Dios, a soltar lo que estorba, a permanecer cuando quisiéramos huir. Es el Espíritu quien ora en nosotros cuando ya no sabemos cómo hacerlo (cf. Rm 8,26), y quien siembra esperanza en la aridez.

La Novena Bíblica y el Rosario al Espíritu Santo son ejercicios de humildad, de entrega, de amor confiado. Nos enseñan a decir con María: “Hágase en mí” (Lc 1,38), y con Jesús: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). Son un camino de docilidad para que Cristo viva en nosotros (cf. Ga 2,20).

¿Te dejas conducir?

El gran secreto de la vida espiritual no está en hacer muchas cosas, sino en dejarnos conducir. El Espíritu no actúa en quien todo lo controla, sino en quien se deja sorprender. No transforma a quien se endurece, sino a quien se abre.
La invitación en este tiempo de gracia es clara: invocar con fe, disponernos a su acción y vivir desde Él. Orar esta novena no como quien busca una gracia puntual, sino como quien se ofrece a una transformación profunda y duradera. Pedir no solo sus dones, sino su presencia. No solo su ayuda, sino su inhabitación.

El Espíritu no se da a quienes lo entienden del todo, sino a quienes lo acogen como niños. Que este Pentecostés no pase sin dejar huella. Que no lo vivamos desde fuera, sino como una verdadera renovación interior. Que podamos decir como san Pablo: “Los que son guiados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rm 8,14).

Invocación al Espíritu Santo

Santo Espíritu, por intercesión de la Reina de Pentecostés,
sana mi mente de la irreflexión, la ignorancia, los prejuicios y los errores;
y engendra en mí la sabiduría: Jesucristo Verdad.

Sana mi corazón de la indiferencia, la desconfianza, las pasiones desordenadas y los sentimientos oscuros;
y engendra en mí la caridad: Jesucristo Vida.

Sana mi voluntad de la pereza, la inconstancia, 
la obstinación y los malos hábitos;
y engendra en mí la libertad: Jesucristo Camino.

Eleva mi inteligencia con el don de entendimiento;
mi saber, con el don de sabiduría;
mi juicio, con el don de ciencia;
mi acción, con el don de consejo;
mi fortaleza con tu fuerza espiritual;
mi deseo de justicia, con el don de piedad;
y mi vida toda, con el santo temor de Dios.

Amén.

Beato Santiago Alberione

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1 comentario

Ven Espiritu Santo Creador y renueva la faz de la Tierra. Ame. Si Ven ven

Leobaldo de Jesus Contreras Castillo,

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