El Papa León XIV compartió mesa con más de 1.300 pobres en un gesto que marca su naciente pontificado

El Aula Pablo VI del Vaticano, escenario habitual de encuentros e intervenciones papales, se transformó por un día en un gran comedor fraterno para acoger a más de 1.300 personas en situación de pobreza. Allí, donde tantas veces se escuchan discursos históricos, se sirvió esta vez un almuerzo cargado de humanidad y Evangelio. Fue la primera comida de la Jornada Mundial de los Pobres presidida por el Papa León XIV, un gesto que inauguró su pontificado subrayando la centralidad de los últimos en la vida de la Iglesia. Entre los voluntarios estaba Sor Encarnación García, de las Hijas de la Caridad, quien todavía habla conmovida al describir la alegría de los invitados: “Lo han vivido como un verdadero regalo del cielo”.
“Ese día, quienes suelen ser invisibles recuperaron la luz y la dignidad de sentirse amados”.
Un almuerzo que hizo visible la ternura del Evangelio
La escena fue profundamente simbólica: largas mesas vestidas con manteles blancos, cubiertos impecables, copas de vidrio y un ambiente que recordaba a una celebración de fiesta grande. Para quienes suelen comer en albergues, parques o comedores improvisados, aquel cuidado fue un golpe de dignidad. Allí, entre platos sencillos pero preparados con cariño —lasaña, escalope con tomate al horno y babà napolitano—, los rostros endurecidos por el frío de la calle se transformaron en sonrisas sorprendidas.

“Estaban radiantes”, relata Sor Encarnación, quien viajó desde España junto a otras vicentinas y doce personas acompañadas por su institución. Para muchos de ellos, este viaje fue su primera salida al extranjero, una experiencia que vivieron “como si fueran auténticos peregrinos”, visitando basílicas y recorriendo Roma con asombro renovado.
El almuerzo fue organizado por la Congregación de la Misión y por las Hijas de la Caridad con motivo del 400º aniversario del nacimiento de su fundador, un acontecimiento que quiso celebrarse en comunión con aquellos a quienes San Vicente de Paúl consagró su vida: los pobres.
Cercanía del Papa y emoción que desbordó las mesas
La cercanía de León XIV dejó una huella imborrable. Según cuenta la religiosa, varios de los invitados se acercaron espontáneamente a saludarlo. El Papa no solo les permitió aproximarse, sino que los bendijo uno por uno, con una mirada que hizo brotar lágrimas y alivio interior.

Ese gesto se convirtió en la imagen más comentada del encuentro: un Papa escuchando, tocando manos temblorosas, sonriendo a quienes casi nunca reciben una palabra de afecto. “Ver ese cariño del Papa emociona profundamente”, afirma Sor Encarnación, que servía a dos personas sentadas justo en la misma mesa del Pontífice.
La Eucaristía celebrada previamente en la Basílica de San Pedro añadió un componente espiritual decisivo. Cinco de los acompañados por la comunidad pudieron ocupar lugares de privilegio durante la misa, un detalle sencillo pero lleno de significado para quienes, tantas veces, se han sentido relegados incluso en los templos. “Se les iluminó la fe”, confiesa la religiosa.
Un día para recordar que la dignidad humana no se negocia
El almuerzo dejó claro que la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco en 2016, sigue creciendo como una expresión concreta del corazón de la Iglesia. Para León XIV, que asistía por primera vez en calidad de Pontífice, la celebración se convirtió en un gesto inaugural cargado de sentido: poner a los pobres en el centro, no como destinatarios de asistencia, sino como hermanos con nombre, historia y esperanza.
El Aula Pablo VI, transformada en un comedor festivo, permitió a todos experimentar un ambiente de fraternidad inesperada. “Se sentían acogidos, respetados… había una cercanía que no se puede expresar con palabras”, recuerda la religiosa.
Varios niños participaron en la comida, corriendo entre las mesas y animando un ambiente que mezclaba emoción, agradecimiento y una calma difícil de explicar. Para muchos de los presentes, aquella mesa cuidada —sin prisas, sin colas, sin ruido de calle— fue una experiencia liberadora: un momento en el que la Iglesia no solo hablaba de dignidad, sino que la hacía visible.
“Todas las personas tienen la misma dignidad”, insiste Sor Encarnación con una firmeza suave, fruto de quien ha visto cómo la ternura pastoral transforma vidas. Y ese día, desde Roma, quienes tantas veces caminan invisibles experimentaron por unas horas la acogida de una gran familia.
Una comida, un gesto, un mensaje: la Iglesia solo es fiel al Evangelio cuando pone en el centro a quienes más sufren. Y aquel almuerzo en el Vaticano fue, para muchos, una verdadera caricia de Dios.
Redacción EWTN
