Herederos del tiempo, sembradores de futuro
“El justo florecerá como la palmera, crecerá como cedro del Líbano; plantados en la casa del Señor, florecerán en los atrios de nuestro Dios. Aun en la vejez darán fruto, estarán vigorosos y verdes” (Sal 92,13-15).
El calendario litúrgico nos regala, cada 26 de julio, una celebración entrañable y silenciosa: la memoria de san Joaquín y santa Ana, los abuelos del Verbo encarnado, los ancianos que abrazaron a la Madre de Dios en pañales, y con ternura moldearon en ella la fe de Israel. Ellos, sin saberlo, educaron a la mujer que llevaría en su vientre la esperanza del mundo. ¡Qué misión tan bella para dos corazones que envejecían a la luz de las promesas!
Celebrar el Día de los Abuelos en su memoria no es solo un acto de afecto familiar, es una proclamación profética. Los mayores no son residuos del pasado, sino raíces vivas del presente y sembradores de un mañana más sabio y humano.

Una juventud acumulada
Envejecer no es marchitarse. Es más bien, la bendición de haber vivido tanto que la vida comienza a convertirse en sabiduría. Como los vinos buenos, los corazones maduros no pierden fuerza, ¡se afinan! Lamentablemente, la sociedad moderna, que idolatra lo veloz, lo nuevo, lo desechable, tiende a confundir lo antiguo con lo inútil. Pero el Evangelio, que no se rige por la lógica del mercado, nos muestra a los ancianos como portadores de promesa.
Miremos a Simeón y Ana, que en el ocaso de su vida reconocieron al Salvador en brazos de una joven pareja. O pensemos en Sara, que sonrió cuando Dios le habló de maternidad en la vejez, y terminó acunando a Isaac con lágrimas de gozo. En la Biblia, la edad no limita la acción divina, la potencia.
Así lo recuerdan con alegría quienes hoy viven sus “juventudes acumuladas”. Porque hay muchas formas de juventud: la de la piel tersa, sí, pero también la del alma ágil, la de la mirada esperanzadora, la del corazón orante, la del que ha aprendido a vivir con menos prisa y más profundidad.
Un tiempo de frutos
La tercera edad no es una etapa de desuso, sino de cosecha. Los años dorados son la gran oportunidad para reconciliarse con lo vivido, compartir lo aprendido y regalar lo esencial: el tiempo, la escucha, el consejo, la ternura. ¡Qué necesaria es esa presencia sabia en nuestras familias, parroquias, barrios y comunidades! Lejos de la imagen pasiva con que a veces se etiqueta a los mayores, muchos abuelos hoy siguen siendo columnas de sus hogares, guardianes de la fe, cuidadores de nietos, catequistas, voluntarios, líderes espirituales y orantes incansables.
San Joaquín y Santa Ana, aunque no son mencionados en los evangelios, hablan con su legado. María fue su fruto. Y Jesús, al crecer “en sabiduría, estatura y gracia” (Lc 2, 52), seguramente escuchó sus historias, vio en ellos la fidelidad a las promesas, y aprendió de su ejemplo silencioso. Los abuelos no necesitan grandes discursos para enseñar, su sola vida es catequesis.

El don de envejecer con alegría
“Envejecer con alegría” no es una frase cursi. Es una posibilidad real cuando se vive con propósito. Muchos adultos mayores hoy han descubierto que la jubilación no es una puerta cerrada, sino un umbral abierto a nuevas oportunidades: estudiar, pintar, escribir, bailar, orar, servir, perdonar, empezar de nuevo. Porque mientras haya aliento, hay misión. Mientras el corazón late, hay Evangelio que anunciar.
La alegría verdadera no depende de la fuerza del cuerpo, sino de la luz del alma. Esa es la propuesta que recogemos en los libros que queremos recomendarte como herramientas de vida:
- No estamos viejos, un pequeño tesoro que, con un lenguaje cercano, recuerda que el paso de los años no implica desuso, sino oportunidad. Trae ejercicios para entrenar la memoria, cultivar la fe, cuidar la salud emocional y vivir con sentido.
- Envejecer con alegría, por su parte, es un canto a la dignidad del adulto mayor, con estrategias prácticas que previenen la llamada “jubilopatía” (esa tristeza que a veces acompaña al retiro) y nos invitan a mantenernos activos, conectados y profundamente agradecidos.
Estos libros, más que textos, son compañeros de camino. No dictan reglas, sino que inspiran el alma a florecer incluso en invierno.
Testigos de la ternura de Dios
El Papa Francisco nos insistió tantas veces en el valor pastoral y espiritual de los abuelos. En ellos reside una fuerza silenciosa, una memoria viva de la historia, una fe que ha sido acrisolada por la prueba. “Los abuelos son la sabiduría de un pueblo”, ha dicho en su momento. Y también ha exhortado a los jóvenes a escucharlos, a visitarlos, a no dejarlos solos.
Porque en la cultura del descarte que amenaza con invisibilizar a quienes no producen, la Iglesia, y con ella Paulinas, levanta la voz para decir: ustedes, abuelos, siguen siendo necesarios, visibles, amados, bendecidos. Tantos de ustedes han sostenido la fe de sus hijos cuando todo parecía derrumbarse. Han acompañado a sus nietos en el dolor. Han rezado por nosotros cuando ni sabíamos que lo necesitábamos. ¡Gracias!
Orar desde la cumbre de la vida
Hay una oración que solo el alma envejecida puede pronunciar. Aquella que brota del asombro, la gratitud, el silencio y el perdón. Los mayores tienen el tiempo, la paciencia, la memoria, la fe y la madurez para adentrarse en una espiritualidad más profunda. Por eso, en nuestras obras encontrarás también propuestas de oración y reflexión que no buscan llenar el tiempo, sino ensanchar el alma.
Desde la cumbre de la vida, la oración ya no es solo súplica, es contemplación. Es mirar hacia atrás con agradecimiento y hacia adelante con esperanza. Es confiar como Simeón que nuestros “ojos han visto tu salvación” (Lc 2,30).
No estamos en el ocaso, sino en el alba de la eternidad
Celebrar a san Joaquín y santa Ana es celebrar la herencia de la fe, el arte de vivir con lentitud, la belleza de la vejez vivida con plenitud. Los abuelos no están “de salida”, están “de regreso” al corazón de Dios. Y eso no es poco.
Desde Paulinas queremos rendirles homenaje con palabras, libros, proyectos, cariño y fe. Porque ustedes siguen siendo protagonistas del Reino, luz en las noches de muchos, manos que bendicen, corazones que enseñan a amar.
Y si alguna vez el alma se siente frágil o el cuerpo se cansa, recuerden que aún en la vejez, como dice el salmo, darán fruto, estarán vigorosos y verdes. Porque la vida no se mide por la edad, sino por la capacidad de amar. Y eso, queridos abuelos, ustedes lo saben hacer mejor que nadie.
Oración por los abuelos
Señor de la vida y del tiempo,
te damos gracias por el don precioso de los abuelos.
Gracias por sus manos arrugadas que siguen sembrando amor,
por sus corazones sabios que han aprendido a esperar,
por su fe que ha resistido las tormentas del alma.
Bendícelos con salud, alegría y paz.
Haz que se sientan amados, necesarios y escuchados.
Que nunca les falte una palabra de cariño,
una mirada que valore su presencia,
ni un gesto que les devuelva la esperanza.
Como san Joaquín y santa Ana,
que sean testigos vivos de tu ternura
y maestros del amor en sus familias.
Y cuando llegue la hora de su descanso,
abrázalos con tu misericordia
y hazlos eternos en tu Reino de luz.
Amén.
1 comment
Muy bonita e interesante este escrito dedicado a nuestros abuelos,ellos dan su consejo,brindan apoyo a los que lo necesitan,son lo maravilloso porque son los Peregrinos de La Esperanza.