Hay nacimientos que ocurren en silencio, bajo la luz tenue de un templo y en el murmullo de una oración. Allí, en la pila bautismal, sucede el nacimiento más decisivo: Dios pronuncia un nombre, derrama su vida, enciende una historia. La Iglesia, desde sus primeros siglos, ha visto en este acontecimiento la obra más tierna y más poderosa del Espíritu: el inicio de una vida nueva, el comienzo de una comunión eterna, la puerta de la fe.
Pero este nacimiento no llega sin preparación. No es un adorno social ni una costumbre que se hereda sin pensar. Desde la Tradición Apostólica, a finales del siglo II d.C., la iniciación cristiana fue entendida como un camino integral, un tejido entrelazado de formación, oración, conversión y experiencia comunitaria. Tertuliano lo resumió con una frase que aún nos desinstala: “Los cristianos se hacen, no nacen”.

La iniciación cristiana: un proceso que abraza toda la vida
San Gregorio de Nisa una de las voces más luminosas de la antigüedad cristiana veía la iniciación no como tres sacramentos aislados, sino como un único ascenso espiritual. En el corazón de su enseñanza late una verdad sencilla y profunda: no somos cristianos por rito, sino por transformación. Según él:
- El Bautismo purifica, ilumina y abre la puerta.
- La Confirmación unge, fortalece y eleva hacia la vida invisible del Espíritu.
- La Eucaristía corona y nutre, permitiendo una intimidad real con Dios.
Todo ello es fruto de la encarnación. En los sacramentos, Cristo continúa tocando lo humano para divinizarlo. La iniciación cristiana es, para Nisa, una auténtica prolongación del misterio de Dios hecho carne.
- No es un evento suelto. Es un camino.
- No es un trámite. Es un nacimiento.
- No es un requisito. Es una vocación que comienza.
Pureza de vida y deseo de conversión: el corazón del camino
Algo que la Iglesia antigua tenía muy claro y que hoy necesitamos recuperar es que nadie entraba en la vida cristiana con los bolsillos llenos de injusticia y el alma llena de sombras. Había exámenes de vida antes del Bautismo. Se preguntaba por la moral, el testimonio, la coherencia, la capacidad de amar a los pobres. No por rigidez, sino porque la fe es un don demasiado sagrado como para recibirlo sin deseo de transformación.
El Niseno decía que la pureza de corazón es una parte de la religión. Él instruía a los catecúmenos para limpiar la consciencia, desprenderse del egoísmo, reconciliarse, practicar obras buenas. No para “ganar” el Bautismo, sino para entrar en él sin mentirle a Dios.
Llamar a Dios “Padre” reflexionaba el Niseno exige vivir como hijos. Perdonar, antes de pedir perdón. Compartir, antes de implorar el pan de cada día. Renunciar a la avaricia, antes de suplicar la gracia. El Bautismo sigue pidiendo esto hoy: vida transparente, corazón dócil, deseo sincero de conversión.

Aprender a orar: el arte que precede al renacer
La última etapa del catecumenado era la iniciación en la oración, especialmente en el Padre Nuestro, entregado como herencia sagrada. Gregorio lo enseñaba durante la Semana Mayor, explicando que la oración es “el valor más alto de la existencia”, porque es allí donde el ser humano se vuelve verdaderamente él mismo: criatura amada que dialoga con su creador.
La oración abre la intimidad con Dios, afina el deseo espiritual, purifica las motivaciones, libera del afán de lucro, y orienta al bien común. Quien ora, decía Gregorio, debe pedir bienes espirituales: semejanza con Dios, corazón limpio, justicia interior. Y al pedir lo espiritual, “lo demás viene por añadidura”.
Con esto, la Iglesia enseñaba un principio fundamental: cuando el corazón aprende a orar, ya está preparado para nacer a la vida nueva.
El Bautismo: gracia que pide corazones y comunidades en camino
Aquí es donde emergen los guías que son fundamentales para el neófito en su iniciación cristiana: los padres, los padrinos y los catequistas. Ellos no son espectadores, ni figuras de protocolo. Son acompañantes espirituales, guardianes de la fe, testigos de la luz.
Cada padre, cada padrino, cada catequista está llamado a:
- vivir aquello que enseña,
- rezar aquello que predica,
- ser coherente con lo que promete, guiar al bautizado con paciencia, ternura y firmeza.
- No basta llevar al niño a la pila bautismal. Hay que llevarlo a Cristo con la vida.
El Bautismo es la puerta; la familia y la comunidad cristiana son el camino.
Un recurso precioso para este camino: Naciendo a la vida cristiana
En este contexto tan rico y exigente, se vuelve necesario contar con ayudas que iluminen, orienten y fortalezcan la misión de quienes acompañan el nacimiento espiritual de un hijo de Dios. El libro Naciendo a la vida cristiana responde a este cometido y se convierte en un verdadero regalo pastoral. Es mucho más que una guía. Es una escuela del corazón, un taller práctico de fe, una compañía espiritual para catequistas, padres y padrinos.
El libro ofrece:
- un camino vivencial basado en la Biblia y el Magisterio,
- reflexiones profundas y muy concretas,
- ejercicios y preguntas que ayudan a revisar la vida,
- orientaciones para asumir de verdad el compromiso bautismal,
- un hilo pedagógico claro y accesible, con un tono cálido que invita a la interioridad.
Su propuesta es simple y desafiante: antes de acompañar un Bautismo, deja que la gracia del Bautismo te acompañe a ti.
Acciones concretas para vivir la preparación bautismal
Para que este camino no se quede en ideas hermosas, proponemos prácticas sencillas que encienden la fe:
- Orar diariamente por el niño o adulto que será bautizado.
- Leer juntos el Evangelio durante la preparación, aunque sea un pasaje breve.
- Participar en la Eucaristía como familia, dejando que la comunidad sostenga la fe.
- Realizar una obra concreta de misericordia: visitar, reconciliar, compartir.
- Cuidar el testimonio: que la vida predique más que las palabras.
- Conversar sobre la fe con sencillez: quién es Jesús, cómo actúa Dios, qué significa amar.
- Celebrar cada aniversario bautismal, renovando las promesas.
Así, el Bautismo deja de ser un evento aislado y se convierte en una siembra continua de Evangelio.
Nacer cada día
El Bautismo no termina con el rito. El agua bautismal queda en el alma como un río que llama y empuja. La gracia no se apaga: pide crecer. Pide formar. Pide misión.
San Gregorio de Nisa lo decía con belleza: la vida cristiana es un progreso sin fin, una subida constante hacia Dios. Quien ha sido bautizado está llamado a transformarse, a dejarse moldear por el Espíritu, a vivir con la libertad de los hijos y la ternura de quienes saben que han sido amados desde siempre.
Por eso, acompañar un Bautismo no es un acto para cumplir. Es la oportunidad de volver a nacer también nosotros. Y este libro Naciendo a la vida cristiana, es una herramienta humilde y profunda, que puede convertirse en un compañero luminoso para quienes desean que la gracia bautismal sea semilla viva, fuego encendido y horizonte claro.
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