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San Agustín: “Tarde te amé, Señor”

San Agustín: “Tarde te amé, Señor”

Paulinas Colombia |

“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
— Confesiones, I ,1

San Agustín no es simplemente un doctor de la Iglesia, ni solo un filósofo ingenioso, ni siquiera un brillante predicador africano del siglo IV. San Agustín es un testigo universal de la lucha interior del ser humano. Su vida es una sinfonía del alma que busca, se equivoca, se pierde y finalmente, ama.

Celebrar a san Agustín es celebrar la posibilidad de un nuevo comienzo. Es recordar que ningún pasado es más fuerte que la gracia. Es descubrir, con lágrimas y fuego, que Dios nos espera en lo profundo de nosotros mismos.

I. Un joven con hambre de sentido

Nació en Tagaste (actual Argelia) en el año 354 d. C. Su infancia fue como la de muchos, marcada por la presencia de una madre orante, santa Mónica y un padre que aún no conocía a Dios. Desde joven, Agustín sintió el llamado de la belleza, de la verdad, del conocimiento. Su mente brillaba. Pero su corazón aún no tenía rumbo. Buscó en la filosofía, en el maniqueísmo, en los placeres, en la fama. Vivió amores, amistades, decepciones. Lo tenía todo, pero le faltaba paz.

Y fue en ese abismo de contradicción donde comenzó a brotar la luz. Dios no dejó de buscarlo. Y su madre, santa Mónica, no dejó de orar por él. Porque, como diría siglos después el Papa Francisco: “las lágrimas de una madre no se pierden, riegan el alma de los hijos.”

II. El encuentro que lo cambió todo

A los 33 años, en un jardín de Milán, después de leer una frase de san Pablo: “revístanse del Señor Jesucristo” (cf. Rm 13,14), su alma se quebró, y se rindió al amor de Dios. Allí no empezó su historia, pero sí su verdadera vida.

Fue bautizado por san Ambrosio y comenzó una existencia completamente nueva: casto, radical, misionero, servidor de la Palabra. Más tarde, fue consagrado obispo de Hipona, desde donde predicó, escribió, consoló y defendió la fe de la Iglesia con pasión ardiente.

Su corazón, antes disperso, se volvió lámpara encendida. Su mente, antes soberbia, se inclinó ante la verdad viva: Jesucristo. Su vida, antes fragmentada, se convirtió en un cántico de alabanza.

III. Un testimonio que atraviesa los siglos

Agustín no es un santo del pasado. Es un hermano del presente. Sus preguntas siguen siendo las nuestras:

¿Dónde está Dios cuando sufro? ¿Qué sentido tiene mi historia? ¿Cómo vencer el pecado? ¿Quién puede amar sin medida? ¿Cómo encontrar la verdad?

Y a estas preguntas él responde, no con teoría fría, sino con su propia historia. Por eso, su libro más emblemático: Las Confesiones, no es una autobiografía común. Es una oración viva, un diario espiritual, una peregrinación del alma hacia el abrazo del Padre.

Las Confesiones de San Agustín, publicadas por nuestra editorial Paulinas, son mucho más que un texto patrístico. Son un espejo para el alma, un mapa para los buscadores de Dios. En sus páginas hay lágrimas, cantos, luchas, rendiciones, silencios y asombro. Leerlas es escuchar el eco del propio corazón latiendo al compás del Evangelio.

Recomendamos esta obra especialmente a jóvenes en búsqueda, adultos en crisis, personas heridas, estudiosos de la fe y, en realidad, a todos aquellos que sienten que su vida todavía está por comenzar, aunque ya haya pasado mucho tiempo. Porque san Agustín nos demuestra que la conversión no es un momento, sino un estilo de vida.

IV. Actualidad del corazón inquieto

Hoy, en un mundo lleno de ruido, prisas y dispersión, las palabras de Agustín suenan como una brújula para el alma moderna: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé…” Vivimos buscando fuera lo que solo puede ser hallado dentro. Nos afanamos en logros, relaciones, pantallas, éxitos, pero al final seguimos inquietos, hambrientos, vacío. Y entonces, como él, descubrimos que Dios estaba dentro, y nosotros fuera. San Agustín nos invita a entrar en nosotros mismos, a descender al centro del alma, donde nos aguarda Dios, no con reproche, sino con misericordia.

V. Una lectura que puede cambiar tu vida

En un tiempo donde el alma necesita sanarse, orientarse, reconstruirse, Las Confesiones son una medicina preciosa. No son fáciles, pero son fascinantes. No son modernas, pero son eternamente actuales. No son un libro de respuestas, sino un libro que enseña a preguntar bien, a buscar con el corazón, a encontrar con la fe.

Te animamos a dejarte tocar el corazón por la historia de san Agustín. A sumergirte en estas páginas orando. A leerlas como quien escucha una confidencia. Porque en cada palabra suya, puede haber una palabra tuya.

Conclusión: un canto que nace del abismo y sube hasta el cielo

San Agustín es la historia del pecador que se volvió testigo, del buscador que fue hallado, del amante de la verdad que encontró a Cristo. Su vida como lo expresa en sus Confesiones es una sinfonía de misericordia. Y cada lector que se acerca a su testimonio, encuentra también un poco de sí mismo en ese espejo que es su alma.

Hoy, más que nunca, necesitamos leerlo, orarlo, escucharlo. Porque quien entra en el corazón de Agustín, encuentra el camino para volver al corazón de Dios.

Oración a San Agustín

San Agustín, padre y maestro,
 conocedor de los senderos luminosos de Dios
y de los caminos inquietos del corazón humano,
admiramos las maravillas que la gracia obró en ti,
transformando tus búsquedas en testimonio
y tu sed de verdad en servicio a los hermanos.
Enséñanos a mirar nuestra historia
a la luz de la providencia divina,
a no temer nuestras heridas,
y a buscar siempre al Dios que nos habita
más íntimo que lo más íntimo.
Oriéntanos hacia la paz,
alimenta en nosotros tu mismo anhelo
por los valores eternos del Reino,
y condúcenos, con paso humilde,
al encuentro con Cristo,
verdad que libera y Amor que transforma.

Amén.

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